El Metro
Descender, como Alicia, por la madriguera del conejo y esperar mientras llega la anciana oruga. La aparente hostilidad de los estresados conejos no llega a desbordar, a pesar de las estrecheces, ya que el infinito en milímetros mantiene la soledad del individuo.
Poco a poco el horizonte se va despejando permitiendo ver la flora que puebla el camino. Diferentes historias, cada una para su propio narrador narrado. Historias que se interrumpen y continúan de forma cíclica.
El característico aroma marca la mitad del camino mas las locuras pueden sucederse en cualquier momento. Música y baile, tristeza y llanto, cualquier emoción tiene cabida en este lugar. La experiencia es un grado, también en las profundidades, y puede apreciarse perfectamente en los movimientos de sus habitantes.
Los guardias de la Reina se dejan ver en los últimos tramos, todos uniformados y listos para realizar su trabajo como auténticos autómata pues “así lo manda el Rey”.
Un último aliento y el ascenso final para abandonar la madriguera, la brisa matutina avisa que ha llegado el momento de continuar con el camino.
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