From: Genomics: The single life. 2012. Brian Owens. Nature 491, 27–29 |
Aprender nuevas técnicas es una actividad nunca carente de una dificultad intrínseca, máxime cuando se trata de herramientas que aún están naciendo y de técnicas que, antes de que se dominen completamente, pasan a ser sustituidas. Así es el mundo científico, sobre todo cuando uno se encuentra en ese punto, justo al borde de lo que se sabe y el horizonte de novedad.
Se vive en un equilibrio extraño ya que un buen científico nunca está seguro, ya de por si, de que lo que está haciendo esté bien. Al fin y al cabo la base del pensamiento racional es dudar de todo y, por supuesto, se debe dudar primero de lo que uno mismo hace, que es lo que conoce más en profundidad.
A veces hay formas de corroborar si lo que uno está haciendo está bien pero es frecuente, cuando se intenta avanzar hacia el nuevo conocimiento, que no existan cimientos sobre los que apoyar el siguiente paso. Como Indiana Jones en la penúltima prueba en su "última cruzada", hay que avanzar sin tener muy claro que haya suelo y no un precipicio bajo los pies de uno.
Por eso es tan importante cuando consigues un checkpoint, un "punto de guardado" en el que, a través de la experiencia de expertos en otros campos, los datos que has obtenido cobran sentido. Que las conclusiones de las que no podías estar seguro y por las que, en cierto sentido, no dabas dos duros, se validan completamente y los siguientes pasos ya serán zancadas.
Hoy ha sido uno de esos días en mi andadura por el sinuoso mundo de la transcripción de célula única. Parece que no he perdido ese "toque", esa intuición o esa capacidad, lo que sea, que me permite introducirme en análisis de datos muy diversos y terminar sabiendo bastante de los mismos. Aún queda mucho por aprender, muchas cosas por probar y mucho que pulir, pero siempre está bien encontrarse con reconocimiento, ya no a uno mismo, si no a lo que uno hace.
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