Hoy estoy quemado, estoy muy quemado. Antes de nada, por supuesto, el título de la entrada es sarcástico. No podía ser de otra forma ¿no? He llegado a casa con un cabreo mayor que el que puedo recordar haber tenido en mucho tiempo, y a diferencia de los últimos, esta vez no era un cabreo conmigo mismo.
¿Era un cabreo con alguien en particular? ¿con varios? ¿con el mundo? No podría decirlo con seguridad, la rabia me recorría y si no he explotado es porque aún no he llegado al límite de perder la compostura en público.
Además ¿para qué iba a servir? Estoy muy cansado de que mi vida, desde fuera, se vea tan bonita y tan perfecta. Soy perfectamente consciente de todo lo que he conseguido, pero también lo soy de todo lo que me ha costado. De todo lo que me han arrebatado y todas las zancadillas que me han puesto. De todos y cada uno de los palos que han dejado profundas cicatrices. De todo a lo que he renunciado porque la carga era demasiado pesada.
De todas esas cosas que soy el primero que considera que a nadie tienen por qué importarle pero que son un lastre muy importante. Un lastre que hace que mi vida no sea esa utopía que mucha gente se debe pensar que es por los comentarios que me hacen. Comentarios que sólo consiguen enervarme, hacer que me hierva aún más la sangre porque no tienen ni puta idea de lo que hablan.
No me gusta perder el control porque quiero ser consciente de la mayor cantidad posible de mis actos y por eso no estallo, pero esos momentos de semincosciencia cegado por la rabia, incluso por la ira, manteniendo la calma simplemente por un fínisimo, casi atómico hilo son...
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