Existe una clase de personas que, debido a una excesiva despreocupación, a sus pocos desvelos, se ven obligadas a llevar una vida sorprendetemente artificiosa. No hay muchas, pero a veces, cuando menos se lo espera, uno se topa con una de ellas. El doctor Tokai pertenecía a esa clase de personas.
Para poder ser fieles a sí mismas (por decirlo así) en el mundo torcido y complejo que las rodea, estas personas necesitan entregarse a una serie de operaciones de ajuste, aunque, por lo general, ellas mismas ni siquiera se dan cuenta de las penosas artimañas a las que tienen que recurrir para sobrevivir. Están convencidas de que viven de un modo totalmente natural y honesto, sin trampas ni máscaras. Y cuando, por algún capricho del destino, un rayo de luz especial, procedente de alguna parte se filtra e incide sobre lo artificial o 'antinatural' de su comportamiento, la situación adopta a veces un cariz trágico y, otras, cómico. Por supuesto, también existen numerosas personas afortunadas (no puede expresarse de otra manera) que mueren sin llegar a ver esa luz o que, pese a verla, no les afecta.
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Haruki Murakami
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