sábado, 20 de abril de 2013

Aún no he caído

Están siendo unos días... largos, difíciles. Tengo una entrada a medias pero no consigo tiempo, ganas o...palabras para terminar de escribirla, y eso que llevo varios días intentándolo. Demasiados segundos, castigos sin merecerlos ¿o si?, no lo se. Supongo que esta entrada es simplemente para dejar constancia a todos, o a mi mismo, que sigo aquí.
Y para que no quede tan vacía, voy a poner el fragmento de El Temor de un Hombre Sabio que colgué ayer en Facebook. Espero que lo disfrutéis tanto como cuando yo lo leí hace dos días:


- Disculpe, señorita.
Denna se volvió, y su rostro se iluminó al verme.
- ¿Sí?
- Normalmente nunca abordaría así a una mujer, pero no he podido evitar fijarme en que tiene usted los ojos de una dama de la que una vez estuve locamente enamorado.
- Es una pena amar solo una vez - dijo ella, y su sonrisa traviesa dejó entrever sus blancos dientes -. He oído decir que hay hombres que consiguen amar dos, e incluso más.
Ignoré la burla.
- Yo solo he delirado una vez. Nunca volveré a enamorarme.
Denna adoptó una expresión dulce y apoyó suavemente una mano en mi brazo.
- ¡Pobre hombre! Esa mujer debió hacerle mucho daño.
- Cierto, me hirió de varias maneras.
- Pero eso tan solo era de esperar - dijo con naturalidad -. ¿Cómo no iba a amar una mujer a un hombre tan apuesto como usted?
- No lo sé - dije con modestia -. Pero creo que no me amaba, porque me atrapó con una sonrisa adorable y luego desapareció sin decir palabra. Como el rocío bajo la débil luz del amanecer.
- Como un sueño al despertar - añadió Denna con una sonrisa.
- Como una doncella féerica deslizándose entre los árboles.
Denna se quedó callada un momento.
- Esa mujer debía ser verdaderamente maravillosa para enamorarlo tanto - dijo entonces mirándome con seriedad.
- Era incomparable.
¡Bueno! - Adoptó un tono más jovial -. Todos sabemos que a oscuras todas las mujeres son igual de altas. - Soltó una risita y me hincó el codo en las costillas con complicidad.
- Eso no es cierto - dije con firme convicción.
- Está bien - dijo ella lentamente -. Supongo que tendré que creer lo que me dice. - Volvió a mirarme -. Quizá algún día logre convencerme.
Me sumergí en el castaño profundo de sus ojos.
- Esa ha sido siempre mi gran esperanza.
- Mantenla. -Deslizó un brazo en la curva del mío y echó a andar a mi lado -. Porque sin esperanza, ¿qué nos queda?

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