-¿Puedes ponerme un ejemplo de otra cosa que no se pueda explicar, que no sea el Lethani? - pregunté -. Y no me digas 'azul', por favor, o enloqueceré aquí mismo, en este banco.
Vashet meditó unos instantes.
- El amor, por ejemplo. Sabes qué es, pero se resiste a una explicación detallada.
- El amor es un concepto sutil - admití -. Es elusivo, como la justicia, pero puede definirse.
A Vashet le centellearon los ojos.
- Pues defínelo, mi inteligente alumno. Dime qué es el amor.
Pensé un momento, y luego otro, más largo.
Vashet sonrió.
- ¿Ves lo fácil que lo tendré para detectar lagunas en cualquier definición que me des?
- El amor es la voluntad de hacer cualquier cosa por alguien - dije -. Incluso en detrimento propio.
- En ese caso - repuso ella -, ¿en qué se diferencia el amor del deber o la lealtad?
- En que está combinado con la atracción física - dije.
- ¿También el amor de una madre? - inquirió Vashet.
- Pues combinado con un profundo cariño - me corregí.
- Y ¿qué quieres decir exactamente con 'cariño'? - dijo ella con una calma desquiciante.
- El cariño es... - Me estrujé el cerebro tratando de pensar cómo podía describir el amor sin recurrir a términos igualmente abstractos.
- Esa es la naturaleza del amor - dijo Vashet -. Intentar describirlo volvería loca a cualquier mujer. Por eso los poetas se pasan la vida escribiendo. Si uno de ellos pudiera describirlo definitivamente en el papel, los otros tendrían que abandonar sus plumas. Pero es imposible.
Levantó un dedo.
- Pero solo un necio puede afirmar que no existe el amor. Cuando ves a dos jóvenes mirándose fijamente con los ojos lagrimosos, allí está. Tan denso que podrías untarlo en el pan y comértelo. Cuando ves a una madre con su hijo en brazos, ves el amor. Cuando lo notas agitarse en tu vientre, sabes qué es. Aunque no puedas expresarlo con palabras.
Extracto de El Temor de un Hombre Sabio.
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