Hoy ha sido un día largo, en el sentido estricto de la palabra, ya que ha durado más de 24 horas. Bueno, en realidad sí y no, porque hemos cambiado del domingo al lunes en algún punto del vuelo, pero eso es irrelevante. Lo importante es que, para nuestros cuerpos dos días se han fusionado dando como resultado uno muy muy largo.
Nos levantamos a las 4 y media de la mañana, hora española (aunque los hay que ni siquiera durmieron), para emprender el camino hacia el aeropuerto de Barajas. Allí se reunió la mayor parte del grupo y en seguida llegó la hora de embarcar en nuestro vuelo de 14 horas, directo a Narita. Menos mal que la oferta de entretenimiento del avión era muy variada y actual, lo que ayudó a paliar la larga travesía.
Como podéis ver, a la hora de aterrizar nos encontramos con que nevaba en Tokio y, por extensión, en Narita. De hecho nos tuvieron un buen rato rodando por la pista esperando a que descongelaran el avión que ocupaba nuestra puerta. Por fin nos dirigimos a los mostradores donde realizar la burocracia necesaria para entrar en el país.
Con nuestras maletas ya listas y obtenido el permiso para permanecer un tiempo en Japón, nos dirigimos a activar los Japan Rail Pass. Estos pases nos permitirían movernos por la mayor parte de los trenes del país durante nuestra primera semana, durante la que íbamos a realizar muchos desplazamientos.
Como referencia para los interesados en realizar un viaje como el nuestro os diré que también cogimos un router wifi que nos permitió tener acceso a internet, constante, durante la primera mitad del viaje. Cuando nos íbamos a mover más y, de esta forma, tuvimos acceso a los mapas de una forma directa. No es necesario, pero si de mucha ayuda, agiliza mucho encontrar el camino correcto a los distintos puntos.
Nuestra siguiente parada importante fue la estación de Shinjuku, en Tokio, donde reunirnos con el último miembro de nuestro numeroso grupo esa primera semana. Y desde allí hasta nuestro destino final del día, Kawaguchiko, a orillas del lago Kawaguchi, en la falta del monte Fuji. Kawaguchiko resultó ser un pueblo con mucho encanto. En el tren que nos subió hasta allí pudimos observar por primera vez el volcán nevado y los primeros capullos de sakura abriéndose.
Una vez instalados en nuestra primera residencia decidimos que era el momento perfecto para disfrutar del tradicional onsen japonés. En este caso, además, el onsen al que asistimos se nutría con aguas termales del propio Fuji, todo un lujo sólo al alcance de los viajeros que se acerquen a esta zona del planeta.
El baño público japonés es una tradición que todo visitante de este país debería experimentar al menos una vez. Consiste en todo un ritual de limpieza y relax, pasando por bañeras de agua a distintas temperaturas y con diferentes composiciones, en las que olvidarse de las preocupaciones del día a día para relajar tanto el cuerpo como la mente. Hay que reconocer que sales como nuevo una vez que has terminado.
Ahora bien, es importante recordar que no podrás disfrutar de la mayoría de los onsens repartidos por Japón si tienes tatuajes. Son muy estrictos en este aspecto, por razones obvias.
Una vez limpitos y bien relajados volvimos a nuestro riokan, no sin antes pasar a buscar suministros para la cena. Compartimos una cena en común en la que charlamos animadamente sobre el día acontecido y los planes del día siguiente. En ese momento ya era como si nos conociésemos de toda la vida aunque sólo hacía unas cuantas horas que nos habíamos presentado, varios de nosotros. No me cansaré de decirlo, somos un grupo bien majo y, de momento, parece que vamos a llevarnos muy bien.
Ahora ya es momento de descansar, mañana habrá que descubrir una nueva ciudad japonesa y más nos vale haber dormido en condiciones.
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