La oscuridad, la solitaria y tranquila oscuridad. Lo más cercano a la razón, lo más aislado de la humanidad. Demasiado atrayente para escapar de ella, demasiado lejana como para no temerla. Te impregna cada poro del cuerpo y del alma. Notas como te va consumiendo, cómo se apodera de ti hasta que yaces sin voluntad, sin poder acercarte a aquello que te importa. Ese manto negro no se desprende completamente nunca, una vez que ha llegado a ti por primera vez. Sólo puedes esperar que cuando se hace fuerte, sea para siempre y ya no vuelvas a tener esperanza. ¿De qué sirve la esperanza?
Hoy debería estar razonablemente contento, mi Alar funcionó como nunca, en el punto exacto donde lo fijé, en el momento correcto, de la forma adecuada. Lástima que hoy no quiera que ocurriera, lástima que este no haya sido más que el enésimo ejemplo de por qué no debo albergar esperanza alguna y por qué debería tratar de alejarla lo más posible de mi cabeza, de mi corazón, y aislarme en mi oscuridad más eterna e infinita. Encerrado conmigo mismo, dañándome a mi, pero solo a mi.
Ojala la oscuridad te volviera poderoso y te permitiera olvidarte de todo lo que está fuera de tu propio ser, como ocurre en todas las historias, pero en la realidad la oscuridad no es más que eso, oscuridad en la que tu propia soledad te consume y te condena a vagar en ella para siempre. En cualquier caso ¿acaso merezco algo mejor?
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